jueves, 20 de enero de 2011

La historia de mi mano - Capítulo 1


Quizás debería empezar a contar la historia desde el principio, pero las historias de manos suelen ser bastante aburridas. Una mano más entre tantas otras, con su historia, como todas las demás. El caso es que miro mi mano y veo una mano hinchada, amarillenta, amorfa, con la piel desquebrajada, ... Parece una mano moribunda.

Yo creo que está bastante afectada por el golpe y no sabe muy bien lo que dice. Usa un lenguaje un tanto extraño y no alcanzo a comprender del todo lo que quiere transmitirme. Por eso la he llevado al traumatólogo, para intentar paliar con terapia, en la medida de lo posible, las consecuencias de su manifiesta estupidez por intentar emular a un don quijote del siglo XXI. Un don quijote desubicado, que trata de derribar paredes a puñetazos por la curiosidad de saber que habrá al otro lado. Ella dice que no es curiosidad, si no una imperiosa necesidad, pero, ¿qué puede saber una mano que se pasa el día en el gimnasio?

Por supuesto, la pared ni siquiera tuvo la consideración de simular que cedía un poco a su efímero empuje. Ni un leve temblor. Se mantuvo pétrea en su sitio, con su rostro insoldable, custodiando los secretos que habitan al otro lado. Eso sí, al menos tuvo la cortesía de no exteriorizar ningún tipo de risa ni comentario burlón que hubieran tornado la situación más vergonzosa si cabe.

De hecho, ahora no estoy seguro, creo recordar que no era una pared, si no una viga. Quizás lo que pretendía mi mano era que quedáramos sepultados tras provocar el derrumbamiento de nuestro universo conocido. O, tal vez, sólo pretendía sepultarme a mí para comenzar una vida por su cuenta. ¡Prefiero no pensar en tamaña deslealtad después de tantos años juntos!

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