viernes, 17 de junio de 2011

La rosa que miraba al suelo


De repente me embarga una extraña sensación. Me he quedado solo en tu casa y en este momento me siento como si estuviera atrapado en una película. Hace un rato que te has ido, con mucha prisa pues llegas tarde al trabajo. Al parecer, el despertador no debió sonar. Sin tiempo para esperarme, sales con tu maleta, ya que pasarás unos días fuera de casa, y depositando en mi mano unas llaves para que pueda cerrar la puerta, me das un beso de despedida.

Así que allí estoy, solo, en tu casa, con las llaves en una mano y el peso de la laceración en la otra. Recojo la poca ropa que tengo en el armario y la guardo en la maleta que dejé tiempo atrás. La casa es pequeña y no cuesta mucho recorrerla, así que lo hago, una vez más, en busca de alguna pertenencia que intente darme esquinazo. Sé que algo me dejo, pero no me importa.

Me detengo y vuelvo a observar aquellas paredes con cierta sensación de irrealidad, sintiéndome, en parte, un intruso que está fuera de lugar. Mi vista tropieza con el mueble del pasillo. Allí, la rosa que un día te regalé descansa mirando al suelo. Está seca, pero no se ha marchitado. Ya se ha acomodado en su tarro de cristal para contemplar el transitar de los días.

Respiro una vez más los efluvios de la casa antes de abandonarla. He cerrado todas las ventanas, como me has indicado. Y con las llaves que me has dejado he dado todas las vueltas que la propia cerradura me ha permitido. En un instante, mi maleta y yo nos encontramos recorriendo el pasillo que lleva a la calle.
   
Siento una especie de desdoblamiento. Una parte de mí –la translúcida– se queda en la puerta, quizás esperando tu regreso, mientras observa a la otra parte –la opaca– como arrastra la maleta con pesado caminar.  Las ruedas, que giran cadenciosas como el engranaje del reloj del tiempo, dejan tras de sí un murmullo suspendido en el aire con un suave deslizar.

Según se va alejando mi parte opaca, mi yo translúcido se pregunta si aquellas paredes serán capaces de conservar impregnado ese murmullo silencioso de las ruedas hasta que tú vuelvas.

– Mystic –

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