Pasado el mediodía, unas nubes
oscuras empiezan a extenderse sobre mi cabeza. El cielo adquiere una tonalidad
misteriosa. Sin tregua, empieza a caer una lluvia violenta: el tejado y los
cristales de la ventana de la cabaña gimen doloridos. Al instante me desprendo
de la ropa, salgo desnudo afuera. Me lavo el pelo con jabón, me lavo el cuerpo.
Es una sensación maravillosa. Suelto alaridos sin sentido con toda la fuerza de
mis pulmones. Los grandes y duros goterones me golpean por todo el cuerpo como
si de piedrecillas se tratase. Ese dolor punzante parece formar parte de un
ritual religioso.
Haruki
Murakami – Kafka en la orilla