He de confesarte que te he robado un sueño. Te lo dejaste por descuido encima de la almohada y no pude resistir la tentación de tomarlo prestado cuando no mirabas. Lo cogí, suavemente para no romperlo, pero con firmeza para que no echara a volar. Y lo guardé, arropado entre mis brazos.
Luego, a solas, lo contemplé sin prisas. Le pregunté su nombre y de dónde venía. Quise saber cuál era su esencia, a dónde se dirigía. Pero no quiso contarme nada y noté que se iba diluyendo poco a poco. Y entonces comprendí.
Comprendí que era tu sueño. Y que sólo en ti puede albergar. Así que lo deposité de nuevo en la almohada. En ese hueco forjado por tu cabeza, como si fuera un nido aguardando tu regreso. Ese nido donde se cobijan tus sueños y que yo tuve el valor de profanar.
En mi defensa alegaré que no tenía intención de quedármelo, que sólo sentía curiosidad por sentir su tacto. Mas si tengo que cumplir la condena del ladrón de sueños, lo aceptaré. Mientras, me conformaré con haberlo tenido un rato entre mis brazos.
– Mystic –